Al llegar el domingo a las 23:30 horas del aeropuerto, de regreso de la ciudad de Tarapoto, el gato nos recibió como si le importunáramos con nuestra presencia, a diferencia de nuestra perrita “pekinés” disfrazada de “Pitbull”, cuya alegría desbordaba de algarabía; para el felino éramos los inquilinos molestos del que había descansado durante cuatro días; pero de repente se desapareció y no lo volvimos a ver.

Han pasado ya dos días, mi hija que adora a los gatos estaba haciendo los carteles de “Se busca” para pegarlos en todos los postes, entradas de las casas y el mercado detrás de mi hogar. Del gato ni su sombra.

Las especulaciones de que quizás se había escapado a la calle, un perro, una bicicleta, una moto, un automóvil había puesto fin a sus siete vidas estaban a la orden del día. Yo les decía, que los gatos como buenos felinos, tienen como prioridad hacer sexo un día si y otro también, se habrá encontrado con alguna pareja y no va a regresar hasta conseguir y saciar sus apetitos sexuales.

Anoche en la velada, brindando por el buen regreso de mi yerno a Varsovia, gran parte de la conversación estuvo alrededor del gato, como cuando uno comienza a remembrar al ser querido que partió. Así nos acostamos un poco apesadumbrados por la ausencia de este animal, que personalmente conmigo no se lleva bien, se me cruza por los pies y puede hacerme rodar por los suelos.

Pero hoy a las 06:00 horas el gato llegó, comenzó a maullar con fuerza en la puerta, ingresó y le exigió a mi esposa que se le brinde su respectivo desayuno, el agua limpia y se echó a dormir en un mullido mueble. Había regresado el rey y nosotros sus súbditos deberían alegrarse de poderle servir con devoción.

Si alguna vez me he sentido “un pelotudo” como dicen los argentinos, eso es ahora, de servir a un animal que lo único que hace es hacerse querer, y tratarnos con el látigo de su indiferencia.

Lima, 07 de enero del 2025.